Juventud sin música tradicional Carlos Guzmán La incultura nos hace más daño que la peor de las fortunas. Max Jiménez. ¿Qué se canta en Costa Rica?
Entre 1930 y 1965 aproximadamente, los escolares costarricenses aprendieron a entonar muchas canciones típicas gracias a un librito elaborado por el maestro José Daniel Zúñiga; “Lo que se canta en Costa Rica”; un cancionero en el que las guarias moradas cuelgan de tejas sobres las viejas tapias de barro, los verolices coronan sabrosas cañas dulces, los yigüirros cantan junto al arroyito, los maizales, el caballo, la bandera, las carretas, las casitas típicas, en fin, todo cuanto adorna el paisaje costarricense, escrito para ser cantado, con la profunda sencillez del poeta criollo, con la pluma del pueblo. Como dice el prólogo de Víctor Manuel Sanabria en la décima edición: “La historia de muchas de estas poesías es grata y por lo simple justifica su existencia. Es la historia del maestro que comparte su vida con un violín o la distrae a lo largo de un teclado maltrecho, en la urbe o en el villorrio, y que, mientras la fantasía puebla de golondrinas el pentagrama, improvisa el verso, el verso sin rimas, sin agrimensura, sin obstáculos”. Zúñiga (1974:2) El país entero cantó himnos y canciones tradicionales en las escuelas con la mirada clavada en ese pequeño cancionero, que lamentablemente no incluye las notas musicales, razón por la cual muchas de las canciones que contiene han caído en el olvido. El libro sigue siendo texto obligado en las escuelas, pero pocos maestros y muy pocos alumnos pueden recordar sus melodías. (*) Si bien, la ausencia de la música escrita ha provocado en alguna medida desinterés por este cancionero, hay muchas otras razones que inciden en la actitud indiferente de nuestra juventud ante la música costarricense.
En días pasados acudí como observador a una clase de música en un colegio público. Estudiantes de onceavo año participaron en la audición de “Inspiraciones Costarricenses ” (1); interpretada en disco compacto por la Orquesta Sinfónica Nacional. Ubicados en un aula ruidosa, cuarenta estudiantes se preparan para escuchar la obra desde una grabadora de mediano tamaño. El profesor motiva a los estudiantes para que presten mayor atención a la producción musical del país, muy convencido de la influencia que ejerce la música extranjera en los jóvenes de hoy. Luego explica el método de la audición: como la obra que se va a escuchar es una rapsodia sin pausas que contiene 17 melodías típicas de Costa Rica, los estudiantes deben escribir los números del 1 al 17 en columna, para anotar al lado el nombre de la melodía, el ritmo y, si lo conocen, el nombre del autor.
Comienza la audición. La mayoría de los jóvenes están atentos, algunos conversan y no muestran mucho interés. Hay ruido fuera del aula, la grabadora no es suficiente para que el sonido llegue agradablemente a 40 personas, la música se escucha un poco distorsionada. Varios alumnos reconocen las notas de la Guaria Morada (es una de las primeras que aprenden con la flauta dulce), pero no recuerdan el nombre. Lo mismo sucede con casi todas las melodías, tararean unas, otras hasta las cantan con todo y letra, pero muy pocos saben cómo se llaman. De toda la obra, las canciones más reconocidas fueron en este orden: La Patriótica Costarricense, Caña Dulce, El Punto Guanacasteco y la Guaria Morada (2). El resto fue nombrado por el profesor, quien además aportaba datos sobre el ritmo y el autor de cada pieza. Evidentemente había un alto grado de ignorancia respecto al repertorio mencionado. Parece extraño que en ese grupo integrado por jóvenes de 15 a 17 años, representativo del estudiantado nacional público, nadie conociera Luna Liberiana, Ticas Lindas, Caballito Nicoyano, mucho menos Pasión o He Guardado (3).
Concluida la audición el profesor me solicitó que contestara preguntas acerca de la obra. Los estudiantes estaban muy interesados en la forma que se incluyen o sustituyen los instrumentos latinos y folclóricos en una orquesta sinfónica para tocar ese tipo de música, también preguntaron del tiempo que toma hacer un trabajo de ese tipo y algunas otras curiosidades como la reacción de los músicos sinfónicos al tocar obras folclóricas, los ensayos y la grabación del disco.
A los alumnos les agradó la audición, les gustó la música. Eso nos hace presumir que en el rincón de su interior donde se alojan sus emociones, aún hay raíces, hay algo de aprecio por las tradiciones o las costumbres, tan contaminadas por el bombardeo cultural exterior a que están expuestas diariamente. La responsabilidad recae evidentemente en un sistema que no ha sabido cultivar el aprecio por el acervo cultural propio.
El hecho de no cantar lo propio implica que cantan otras cosas. Según Constantino Láscaris: “En general el costarricense no canta. O grita el güipipía o lanza una bomba (4), funciones ambas estrictamente individuales, tanto que para lanzar la bomba la orquesta se calla, lo cual es el polo opuesto a la canción; o bien murmura a nivel de la garganta.” Láscaris (1985:385)
Es cierto que el costarricense tiende a ser poco expresivo, pero afirmar que no canta es una apreciación exagerada que no comparto. El problema es -en relación con lo que nos ocupa- que canta rancheras, cumbia, rock, merengue, salsa y cualquier otra cosa que venga de afuera. En muchos países latinoamericanos también se canta música extranjera, pero las canciones nacionales ocupan un segmento importante tanto en la difusión electrónica (radio y televisión) como en las aulas escolares, de manera que el pueblo define y moldea su identidad heredando costumbres y tradiciones de una generación a otra. Eso no implica que no se tenga conocimiento y aprecio por la música de los demás países, tampoco significa elevar la producción local a un nivel de superioridad engañosa que propicie la enajenación popular. ¿Cómo se lograría en Costa Rica una difusión de música nacional semejante a la que hemos visto en Colombia, por citar un ejemplo? Se debe empezar por socializar, democratizar o universalizar la enseñanza de la música costarricense, así como su producción y difusión, entendiendo estos términos como el objetivo de una campaña de persuasión que, sin llegar a impositiva, puede ser agradable y convincente. “Los términos democratización y socialismo del arte no significan que el arte deba descender al estadio educativo de la mayoría y que deba adaptarse a su gusto acrítico. Significa que las auténticas obras de arte deben hacerse accesibles y paulatinamente comprensibles a capas más anchas de la sociedad.” Hauser (1974:734) El subrayado es mío. No soy quién para decir si se puede considerar a las canciones tradicionales como auténticas obras de arte, pero sí creo que sus contenidos abarcan las vivencias de un pueblo y por lo tanto, forman parte de esa historia no siempre documentada que todos debemos conocer.
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